martes, 6 de mayo de 2008

¿Qué ves cuando no ves?




Las pupilas se dilataron con tanta intensidad que casi dolía. Tenían hambre de visión. Visión que a cada paso quedaba más lejos de la entrada y que hacía que al introducirse en el mundo oscuro éste penetrase en cada uno de ellos haciéndoles perder la noción del espacio.
“Armen un tren de 10 personas y por favor no se suelten de la persona que tienen delante”, exclamó uno de los actores antes de entrar a la sala. Poco a poco el universo visual dejaba de ser algo perceptible y la mirada se empezaba a inundar de un manto de oscuridad.
“La Isla desierta” de Roberto Arlt está representada por el grupo teatro Ciego “Ojcuro”, y está alejada del escenario fijo al estilo español, la puesta presenta la particularidad de que al dejar la sala los espectadores se quedan con imágenes muy diferentes unas de otras, porque, justamente, la propuesta esta planteada de manera experimental. Busca que sea el propio observador el encargado de crear la escena.
Ver para creer, ¿quién dijo que es cierto? Desprenderse de las estructuras típicas. Abandonarse a los sentidos que buscaban desbordarse por medio de la imposición de voces, olores y sensaciones táctiles ajenas e impredecibles.
Los sonidos, suavemente, invadían la oscuridad. El “tic tic” de las máquinas de escribir que sorprendían por doquier, el olor a café y los personajes representado una escena típica de oficina, pero, que fueron percibidos no a partir de la vista, sino mediante los sentidos que generalmente están abandonados por la omnipotencia de la mirada.
Mirada desesperada que buscaba recorrer todo el espacio como si pudiese ver lo que había en el lugar. Mirada vacía de formas que poco a poco se fue rindiendo y permitió relajarse y disfrutar de lo que su olfato sentía y sus oídos escuchaban.
Posibilidad infinita de crear la escena a gusto del espectador. La imaginación (herramienta que a nuestra sociedad le cuesta difundir) trabajando todo el tiempo. Permitiéndole al público despegar de la butaca y planear junto a los personajes por los sitios que constantemente le proponen.
Sensación muy similar a la de leer un libro, gracias a que el edificio imaginario que dispone el teatro ciego no tiene límites. Una oficina que se presenta como el disparador de traslación a lugares como una isla desierta, un barrio chino, un ritual indígena. Todos presididos de los aromas característicos de cada sitio.
Al salir del espectáculo los asistentes quedan con los sentidos a flor de piel, todo se maximiza y la calle se convierte en un lugar que, a pesar de ser un espacio cotidiano, invita al recién salido a recorrerlo desde otras perspectivas, a contaminarse de sus pequeñeces y disfrutar de ellas.
Casualmente, la obra se presenta en el Centro Cultural Konex, un espacio que al igual que la ella, supo trascender los sentidos que la habían hecho nacer como una fábrica y renacer (luego de la crisis) en un nuevo espacio diverso y cultural.

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